Toda la vida de David (y no únicamente su extenso y exitoso reinado) es una materia de estudio apasionante y lleno de lecciones para el provecho espiritual de muchos de nosotros. Por su historia corren desde emocionantes hazañas como la bien conocida victoria sobre Goliat (1 Sam.17:1-57), la inquebrantable amistad entre David y Jonatán superando las pruebas más severas del escrutinio (1 Sam.18:1-5; 20:1-42), o las incursiones estratégicas militares de David entre los Filisteos, Jebuseos, Amonitas, Edomitas, Sirios y sus respectivas victorias sobre ellos. Esta fue la razón por la que Jehová no le permitió tomar sus manos en la edificación de Su Templo. El había sido un guerrillero imbatible «Tú has derramado mucha sangre, y has hecho grandes guerras; no edificarás casa a mi nombre» (1 Cron.22:8). David fue encontrado único entre todos los reyes del Antiguo Israel ser proclamado rey de ambos, la tribu de Judá y de Israel totalizando 40 años en el poder (2 Sam.5:4-5).
Sin embargo, justo cuando la fortuna, el poder, la fama y el respeto de muchos pueblos le favorecía, «Y Jehová dio la victoria a David por dondequiera que fue» (2 Sam.8:6, 14), los momentos de ociosidad junto a su debilidad carnal se unían para tenderle una trampa a su integridad y rectitud moral. David aunque siempre diligente como máximo jefe militar, un día decidió darse su propio descanso y quiso dejar en las manos de sus siervos de confianza los asuntos militares (2 Sam.11:1-2). Fue en ese momento que sobrepaso la privacidad de una mujer mientras se bañaba. Cuando sus mensajeros le informaron que esa mujer pertenecía un hombre, (estaba casada) con Urías, uno combatiente de su ejército, David fue incapaz de controlarse así mismo y respetar a la mujer casada. Su impulso carnal ya le había ganado junto a su orgullo (su éxito era tan notorio y admirable que se atribuyó así mismo la facultad de adueñarse aun de la mujer de su prójimo (11:4-5). Para entonces el pecado había corrido por las pasiones de David como agua sobre el río «sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz al pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz a la muerte» (Stg.1:14-15).
Pero un sólo pecado necesita ser cubierto para evitar su publicidad, así que David emite otra orden a sus mensajeros para colocar al frente del fragor de la batalla a Urías «para que sea herido y muera» (v.15). Cuando los pronósticos siniestros de David se cumplieron, su viuda lamentó su deceso y ella pasó a ser mujer del rey (vv. 26-27). El enojo de Jehová no se hizo esperar y Natán viene para contarle cuan despreciable a sido su proceder en la alegoría del hombre rico que descaradamente despoja de la única corderita que un hombre pobre tenía (12:1-9). Por supuesto que David protesto pronto contra la injusticia a la misma vez que sentenciaba su propia cabeza. Pero su sangre se pudo ir a sus pies cuando Natán le dijo: «Tú eres aquel hombre» (v.7). Tal como había sido la mano de Jehová sobre David para bendecirlo ahora su furor estará sobre él, su familia, y su nación (vv. 11-12).
No obstante, aunque David había perdido la razón y el control sobre sus pasiones, no perdió la humildad y la sensibilidad ante sus propios equivocas iones. No comenzó a «racionalizar» o «justificar» su necia conducta. El pudo haber comenzado una larga y argumentativa defensa de si mismo «la mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí» (Gen.3:12), «la mujer de Urías me tentó con su imprudencia«, «Aunque rey, soy como todos los hombres con sus deseos», «mi esposa no me comprende», etc. Sencillamente David no buscó alternativas de ninguna especie, vió sus pecados tan claros como un cristal y dijo «Pequé contra Jehová» (1 Sam. 12:13). Sus pecados lo hicieron sentir sucio, manchado e índigo y algunas veces «repugnante» ante si mismo (Salmos 51:1-10). El pecado avergüenza y duele al que lo comete. David fue víctima de sus propios deseos no controlados. Podemos percibir que David no pudo controlar y manejar sus propios éxitos (los cuales Dios le concedió) y estos se volvieron contra él. Pero ahora que la espada de la ira de Dios lo ha atravesado (2 Sam. 12:10), David a recuperado su humildad, ha vencido su orgullo y esta arrepentido desde todas sus entrañas. Él sabe que en esta condición Dios no lo despreciará «Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios» (Sal.51:17).
Cuando los acusadores de la mujer sorprendida en el mismo acto de adulterio se habían examinado así mismos y se habían marchado del lugar heridos por la conciencia que ellos mismos también habían ofendido a Dios con algunos de sus actos, Jesús le dijo a la mujer «Ni yo te condenó; vete, y no peques más» (Juan 8:11). Hay esperanza y perdón en aquellos que confiesan sus pecados y se apartan, pero entre quienes lo encubren «no prosperará» (Prov.28:13). El Proverbista separa entre el hombre que «siempre teme a Dios» y el que «endurece su corazón» (v. 14).
David aprendió amargamente las lecciones de su extravió. El perdió a su hijo (el que tuvo con Betsabé), perdió la paz de su hogar (Amón su hijo, durmió con Tamar, su hija), Absalón su otro hijo vengó la humillación contra su hermana y mató a Amón, el ejercitó de David mató a su sublevado hijo intentandole despojarlo del trono, y con el paso del tiempo, David entregó el trono a su hijo Salomón. Que el pecado tiene muy altos costos!! Así lo indican las desafortunadas decisiones de David. Aunque el alcanzó el perdón de Dios, David nunca pudo recuperar la reputación, la estimación y el respeto de todos los Israelitas.
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Las Trágicas Pérdidas de David por Wayne Jackson